Dábamos vueltas sin saber por qué. Como autómatas seguíamos la línea dorada que nunca se apagaba, y cuando el aro se encendía, debíamos saltar. Yo sabía que en ese andar en círculos no llegaríamos a ningún lado. Escuchábamos una voz a lo lejos… De pronto las luces se encendían: aplausos, gritos, ovaciones. Los ratones del circo nos echábamos. La comida comenzaba a caer del cielo. Pero yo no me tragaba el anzuelo, tenía la certeza de que no era Dios. Así que al día siguiente, antes de iniciar la función, quise convencer a todos. Les dije: “No es Dios quién nos da ordenes, es tan sólo un humano.” ¿Humano? Ellos no sabían de qué les hablaba. Traté de explicarles; les platiqué mi plan de huida; les prometí la libertad. Pero ellos dijeron que estaba loco, y salieron (salimos) nuevamente a escena.
lunes, 14 de septiembre de 2009
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5 comentarios:
Curioso caso de ateísmo ratonil. En la próxima función del circo lo queman en una hoguera de cerillas, por hereje y heterodoxo.
Saludos lelos!!!
Lógico: lo primero es comer. Para pensar ya habrá tiempo.
Dios no ha nacido, tal parece para los personajes de tu micro.
Bueno, bueno, amigo.
salu2
Víctor: ese sería un final alternativo muy bueno para ésta mini… Saludos.
Un paseante: Ojalá que después de comer, los ratones tuvieran la calma para escuchar con mayor atención a su compañero rebelde... Gracias por la visita.
Laín: así es, estos ratones andan muy errados en el concepto de Dios… Saludos.
Quizás halla tantos conceptos o dioses como personas o ratones...
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