domingo, 1 de noviembre de 2009

MITOS Y LEYENDAS

En esa misma silla que está usted sentado, apenas ayer, la vi. Se veía frágil y demacrada. Sus pies colgaban, los mecía levemente. Lo que más extraño se me hizo en ese momento fue su mirada: perdida, vidriosa; puesta en ninguna parte. Pensé que otra vez había enfermado. Desde donde me hallaba, desde aquella ventana; sí, esa misma por la que hace un rato se asomó un burro, la llamé: “Lala, Lala, ¿qué haces aquí? ¡Te he dicho que no debes andar sola!… Y tan lejos”. Parecía no escuchar. Volví a llamarle; seguía ensimismada, sin prestar atención… Rodeé la casa, me disponía a jalar la puerta cuando unas manos me tomaron por los hombros.
—Comadre, venga conmigo, ha sucedido algo…, sea fuerte —dijo Filemón con voz llorosa. Giré y vi que le escurrían algunas lágrimas.
Sin darme tiempo a preguntar qué pasaba, me condujo en silencio por el camino pedregoso que lleva, primero, a las caballerizas, y luego, a la casona principal del rancho. A nuestro andar advertí que la hierba a los lados estaba ya muy crecida. Regresé la vista.
—Compadre…, Filemón, déjeme ir por Lala; está allí —dije al tiempo que señalaba la puerta que él me hizo abandonar. Me miró con extrañeza, quiso decir algo, pero titubeó...
—Comadre, Lala va a estar bien, todo va a estar bien —replicó.
Dirigí un último vistazo al cuarto donde ella quedaba, y seguimos adelante…

Llegamos a la casona principal del rancho. En la entrada se arremolinaba un grupo de gente. Conforme nos acercamos pude distinguir: ahí estaba la tía Eulalia, el primo Nicéforo, mi comadre Jacinta (a todos ellos no los veía desde tiempo atrás) y muchas otras personas que no reconocí. Al vernos llegar, los murmullos cesaron. Me dirigían miradas lastimosas. Fue entonces que advertí que algo andaba mal. El silencio era cegador cuando atravesé el umbral de la puerta tomada del brazo de mi compadre…
Al centro de la estancia descubrí un ataúd. Volteé a ver a Filemón; en mi mirada se reflejaba una pregunta: “¿Qué pasa?”. El se cubrió el rostro; rompió en llanto. Lloraba a grito pelado. El corazón se me aceleró, las manos me sudaban, comencé a temblar; presentí algo, ¡algo aterrador! Corrí hasta el féretro: dentro, mi hija, que acababa de ver en aquél cuartucho, lucía como si estuviera dormida…
Llorando… Deshecha, aparté la mirada; me encontré con un cuadro: ‘La persistencia de la memoria’, de Salvador Dalí… al volverla, mis ojos no dieron crédito: en el bajo vientre de mi hija fallecida, se abría paso un ser viscoso y reptante… Caí desmayada.

(Microcuento de horror en “alusión” a el día de los muertos, que acá en México se celebra los días 1 y 2 de Noviembre).

3 comentarios:

Nancy dijo...

Saludos, Javier. Me encantan esos relatos. Me gustan las tradiciones mexicanas también. Creo que yo debo haber sido mexicana alguna vez.
Apapachos

Posmoderna dijo...

me gustó mucho las Bodas de Caná.
Ni idea que en Mexico se celebraba un día distinto.
saludos desde Chile

Javier Ortiz dijo...

Nancy: creo que México y Guatemala tienen mucho en común. Tan sólo basta recordar que la cultura Maya se extendía desde México, Guatemala y en algunas regiones de Belice y Honduras. Y muchas de las tradiciones Mexicanas tienen su origen precisamente en las culturas mesoamericanas… También es un gusto saber que te encanten este tipo de relatos y las tradiciones Mexicanas.

Apapachos.

Posmoderna: me dio mucha alegría saber que te haya gustado Las Bodas de Caná… Y en efecto, acá en México se celebra El día de los muertos; es muy curioso para otras culturas saber que nosotros le rendimos culto a la muerte durante un par de días (el origen se remonta a las culturas mesoamericanas).

Un saludo.