lunes, 20 de abril de 2009

Calle Soledad - Javier Ortiz


Caminaba por la calle, solitario, hasta que vi su rostro perdido entre una multitud. Me quedó grabado en la mente; se fue conmigo. Ahora no estoy solo. A diario, varias veces al día, cierro los ojos y lo recorro: cada detalle, desde la fina cabellera hasta el puntiagudo mentón, veo la más mínima facción; cada poro, cada arruga, es un mapa que deja un abultamiento en la entrepierna. Por las noches, la acaricio dentro de los sueños. Pero lo más regocijante es cuando me levanto cada mañana: abro el refrigerador y la encuentro allí, quizás ya un poco pálida y cada vez más verde. Entonces tomo mi desayuno, mi maletín y salgo a trabajar.

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