viernes, 30 de enero de 2009

El amor de mi vida - Javier Ortiz


—Así me gustan las mujeres: calladitas, obedientes, sumisas —decía Pedro mientras sus manos ansiosas, temblorosas, recorrían el cuerpo de su amada. Había esperado tanto este momento…

Desde muy temprano dispuso todo. Con los primeros rayos del sol saltó de la cama, se vistió apresurado, sacó del closet sabanas limpias, las deslizó pulcramente sobre el lecho, ordenó el caos habitual de la habitación.
Una vez terminada su labor, abandonó el cuarto, bajó las caracoladas escaleras. La casa permanecía en silencio; sólo se escuchaba el “tic tac” del gran reloj al centro de la sala. Giró el picaporte de la puerta principal y fue en busca de ella; a la que tanto había anhelado…
Con el crepúsculo a cuestas estuvo de regreso; pero no venía sólo. La dejó fuera, mientras él, dentro, esperaba con la paciencia de un insecto.
Una mano, sutil, le sacudió del hombro. Abrió los ojos, pegó un salto al ver el rostro ajado de la madre.
—Vamos, ya es tarde, sube a dormir —estática en el monitor; la tele había terminado. Recordó a quien le aguardaba.
Se puso en pie, esperó hasta que su madre desapareció en el umbral de la habitación. Entonces, con pasos silenciosos, casi felinos, fue en busca de ella. La tomó en brazos, la condujo en silencio hasta sus aposentos. Allí, las palabras sobraron, la noche fue una vorágine de besos y caricias.

Dormía profundamente entrelazado con su amada, cuando fuertes golpes a la puerta lo despojaron de los sueños.
—Pedro, hijo ¿que pasa contigo? ¡Responde! ¿Estás bien? Mi pequeño bebé —pregonaba ansiosa su madre.
—Voy, voy —respondió aún adormilado.
Pedro no atinaba que hacer, el terror lo invadía… Ya de pie, desnudo, respiró profundamente. “Tranquilo”, “tranquilo”, decía para si; mientras su madre continuaba golpeando..., golpeando..., cada vez más neurótica. Sus sentidos se aclararon. Tendió al gran amor de su vida boca abajo, jaló el pivote, el aire comenzó a salir; se escuchó un leve silbido, que cada vez era más tenue. La dobló, la metió en la caja en que la había traído y, rápidamente, la deslizó bajo la cama.
Ya tranquilo, se puso los pantalones, la camiseta, caminó hacia la puerta, giró el picaporte, jaló y dijo:
—¡Hola!, mamá.

0 comentarios: