domingo, 14 de diciembre de 2008

Sin Solución - Javier Ortiz


Esa noche no pegué los ojos. Las páginas dieron vuelta, una tras otra. La noche avanzó. De pronto di un salto, la puerta llamaba. Escuché un ronco estentóreo.

—¡Las siete y no te has siquiera bañado! El trabajo aguarda —decía mi viejo.

Bostecé y me tendí en la cama; la puerta volvió a llamar. Con pereza, más por la lectura interrumpida que por la falta de sueño, tomé la toalla, fui directo al baño…

Más tarde, cuando abrí la puerta, las agujas de luz flagelaron mis ojos; sentí sueño, ganas de darle la espalda al sol, volver a entrar y dormir hasta entrada la tarde soñando, si, ¡soñando con el libro! Sin embargo caminé; luego de unos cuantos pasos una masa se deshizo debajo del pie; era una caca fresca. Valiéndome madres seguí avanzando. La sensación era nauseabunda, pero no detuve la marcha. Fue entonces que los vi: tres hombres, dos de rojo, uno de negro, enfundados en bolsas de nailon hurgando la cloaca. ¡Una ráfaga helada llenó mi cuerpo! Giré, fui presa de una loca carrera, pero, cuando estuve frente al hogar, una figura regordeta de sonrisa irónica me detuvo. Era mi padre quién llenaba la puerta.

—¡Regresa y enfrenta tú falta! —decía al tiempo que mostraba un libro al aire: ‘Fahrenheit 451’ de Ray Bradbury.

Llorando caí de rodillas; sabía que no había solución. Aunque los quemadores de libros entraran por la coladera, mi padre no me dejaría escapar.

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